viernes, 1 de noviembre de 2013

Con un violín

El muchacho llegó con un violín y con su cara de adolescente imberbe hace ya algún tiempo. ¿Tres, cuatro, cinco años, o más? Apareció un día en la calle de Triana. Tocaba música clásica sin partitura, de memoria, con delicada precisión. Atraía su porte, su concentración, su cara de niño llegado de algún país lejano. De Rusia, se llegó a decir. Pensábamos que era un ave de paso y que estaría tan solo unos días pero para nuestro gozo parece que se ha aclimatado y así lo podemos ver por la calle Mayor y las adyacentes del barrio, y por las plazas y calles de Vegueta, y también en ocasiones por la Playa de Las Canteras en el otro extremo de la ciudad. Hace pocos días lo volvimos a ver. Esta vez estaba en el Parque de San Telmo y tocaba para quienes estábamos en el bar restaurante del kiosko del parque. Con el violín posado suavemente sobre su hombro y con el arco que maneja como una pluma hacía que la música fluyera para deleite nuestro. A pesar de los años que han pasado desde que llegó yo sigo viendo en él al niño prodigio que nos vino desde lejos.

1 comentario:

  1. La música es siempre una fiesta; la pena es que a veces se viste de pedigüeño.
    Un abrazo.

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