De plantas y de flores va la exposición que tienen en el Museo de la Ciudad o sea en el Castillo de Mata en homenaje a David Branwell, botánico insigne que estuvo durante años al frente de nuestro Jardín Canario Viera y Clavijo. De plantas y flores pintadas o dibujadas. Así podemos ver unos cuadros de Néstor o de César Manrique con sus formas distintas de ver y pintar las cosas y podemos admirar un buen montón de dibujos, en cartulina o en papel, salidos más del corazón que de las manos de mujeres artistas. Y es que, como nos dicen en la propia exposición la mujer con su sensibilidad exquisita es la que mejor puede mostrar las linduras de cada flor. Y así recorremos las salas, de una lámina a la otra y de un cuadro a otro, imaginándonos que son flores y plantas vivas, que van plantando en nuestros corazones.
Tuvimos la buena suerte de poder acceder a la exposición que en la Sala de Arte de la calle Colón tenían abierta de la genial pintora y excelente poeta Pino Ojeda. Habíamos ido dejando para otro día el acudir a verla y cuando al final fuimos era justo cuando la clausuraban. Y quedamos muy contentos pues pudimos admirar muchas de sus obras plásticas, gozar de tantos poemas suyos que habían copiado en paneles en las paredes, y seguir el itinerario de su vida explicado igualmente en puntos informativos en las salas. Salimos muy satisfechos pues no en vano estábamos ante la obra de una gran mujer que vivió entre Teror y Las Palmas en el siglo pasado (cuando la mujer estaba destinada tan solo a las labores del hogar) y que, para fortuna nuestra, nos dejó un gran legado artístico.
En el Castillo de Mata -que es Museo de la Ciudad y del Puerto- nos hemos deleitado con un bonito Nacimiento en el que no faltan detalles. Bueno, quizá falta el río que no han puesto, porque, suponemos, el terreno rural que han recreado (con barranco y todo) es de nuestra isla que ya sabemos que no lo tiene. Lo que si tiene es el sabor del Nacimiento tradicional nuestro y eso que se permite tener a un Rey Mago -a Baltazar- viniendo a adorar al Niño montado en elefante. Bien es verdad que los Reyes bajan barranco abajo y no van por la parte urbana del Nacimiento, si no, los veríamos por el centro de Vegueta con su fuente típica y con los perros de Santa Ana ladrándoles de contento.
Se celebraba en Las Ramblas de Mesa y López un acontecimiento, algo así como una feria de alimentación y bebidas (cervezas sobre todo) que se despachaban en unas casetas de madera; allí, también, en casetas mucho más pequeñas, los atrevidos podían hacerse unas fotografías de última generación. Lo pasábamos bien pues el sitio estaba bastante concurrido y además sonaba una musiquilla que un grupo tocaba en un escenario. De repente, nos dimos cuenta (ya las habíamos visto antes pero entonces nos dimos cuenta) de que unas vallas (¡vaya vallas!) acordonaban el recinto y nos tenían a nosotros como a ovejas en un corral. Entonces nos asaltó el yuyo: ¿Y si tenemos que salir corriendo por un altercado al piñazo limpio o algo por el estilo? ¿Tendremos que salir saltando como los atletas olímpicos por sobre las vallas? Y se nos fue la alegría para el carajo, como alma que lleva al diablo...
La Feria de Artesanía nos lleva a un mundo la mar de interesante en el que podemos apreciar la maestría de tantos artesanos. En ella, en la Feria, cada uno puede encontrar aquello que busca: el hombre de campo encontrará herramientas fabricadas con hierro para sus labores agrícolas, quien tenga frío se verá con un buen paño de lana, aquel que necesite barrer o albear encontrará escobas hechas con palmas, y las señoras tendrán a su alcance primorosos abalorios fabricados con cerámica o cristal con los que disfrutar y presumir. De todo ello encontramos nosotros abundantes muestras el otro día, y, por si fuera poco, también nos llevamos los sones de unas castañuelas (ay, como nos acordamos de las chácaras) y de un tambor tocado con suavidad por un entusiasmado visitante, posible comprador del mismo.
En la Alameda de Colón, o, en La Alameda, si lo prefieren, han instalado unos castillos hinchables que servirán para que los más pequeños puedan tener unas tardes super agradables con juegos que pondrán en marcha sus cuerpos y sus pensamientos. Los han puesto, claro, por las Navidades, y con ellos crecerán la ilusión y la alegría y la imaginación de niños y de niñas: éstas sentirán ser las princesas en la torre del castillo y ellos se creerán los caballeros que vienen a salvarlas. O no. Simplemente jugarán y se dejarán llevar por las emociones. Los brincos que darán y los desplazamientos, sin lugar a dudas, les podrán contentos.
La llamaban "La Carretera" y seguramente era una simple calle de tierra sin asfalto ni nada de ello. Luego recibiría el nombre de un conquistador y, antes o después, la costumbre hacía fabricar en ella (y en toda la Isleta) unas casas de las que quitan el hipo. Como la que vimos el otro día que aún continúa en pie pues no le ha llegado la fatídica hora de la piqueta. Por ello, podemos ver su fachada y en ésta los hermosos balcones que la enseñorean. La casa, con su comercio de frutas en lo bajo, se ve muy bien cuidada, teniendo buena presencia a lo que contribuye la disposición de las cuatro ventanas del piso alto y los detalles que el arquitecto o el maestro de obra, vaya usted a saber, le puso, unos aquí y otros allá, para hacerla, si no más bella, más envidiada.
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