La pobre planta tiene un nombre sacado de la copla española: la malamadre. La pobre no tiene culpa ninguna pues es seguro que sigue el instinto vegetal que la naturaleza le ha dado. Y es que esta planta, que hemos visto en un jardín de una urbanización privada en la Avenida de Escaleritas tiene la costumbre de echar a sus hijos fuera del tiesto mientras que ella, tan pimpante, se mantiene dentro de éste con sus hojas en alto buscando el sol dejando que sus retoños, cabizbajos, solo miren a la tierra. Pobre malamadre, con lo linda que es, que no tiene culpa de nada, de nada.
En tierra adentro vemos un faro y nos maravillamos porque aquí, en donde está, hace muchos años que casi no llueve ni tampoco llega la marea. Cierto es que hace tiempo, cuando llovía (si no mucho, sí con regularidad) en la zona había un barranquillo -el de Las Rehoyas- que bajaba con agua achocolatada y que iba a sumarse al de Mata que baja paralelo al Camino Nuevo, hoy bajo una tapa de cemento, Un faro sin agua que alumbrar y sin barcos que guiar, sin un optimist ni un bote de vela latina, ni nada. Un faro que es lugar de esperanzas según leemos, y que está en un local en una calle que tiene nombre de santa, y que es, el local, seguramente, lugar de encuentro de personas con necesidades del alma.
Es muy posible que sea un año. Un año, el 1983, con un significado especial para alguien que lo ha escrito una y otra vez -muchas veces- en paredes de nuestra ciudad. Aparece así con sus cuatro dígitos y otras veces tan solo con su terminación al uso: el 83. Nosotros nos inclinamos por esta suposición aunque bien pudiera ser cualquier otra cosa. Si fuese un año... ¿que recuerdos traería para quien lo escribe, recuerdos agradables, íntimos, únicos, de esas situaciones, de esas cosas que marcan la vida, que marcó su vida? Si no es así, quizás sea otra la intención de este número escrito tantas veces. ¿Podría ser, pensamos, como el 1984, el título de una obra literaria, de una novela que auguraba lo peor para la Humanidad acosada por las máquinas? ¿Será este 1983 la obra anterior, magnífica y aterradora, a la del novelista Orwell escrita por uno de nuestros paisanos...?
Dice la placa: "En este lugar existió una palmera que sirvió como punto de encuentro de los vecinos, desde los años 60..." La placa está en un lugar de vecinos agradecidos y éstos siguen contando, en tono compungido, que la tal palmera fue abatida por la tormenta tropical Delta, aquella del año 2005, y que este desastre marcó un antes y un después. Colocada en un soporte adecuado y bien visible, debe llenar la dicha placa de orgullo a quienes la pusieron, a los que pueden leerla con frecuencia, y a aquellos que la vemos de casualidad. Ellos, los vecinos, son, y bien que lo demuestran, personas de bien.
La cara de un hombre sale a nuestro encuentro según bajamos en la guagua por una calle del barrio. El barrio, Las Rehoyas, primo hermano de El Polvorín, se está preparando para sufrir -mejor para gozar- de la buena suerte que significa el derruir todas sus casas (pequeñas y viejas) por otras de mayor tamaño y calidad. Por ello el barrio se debiera aprestar a salvaguardar todas sus caras (como la cara del hombre) que le dan y le han dado vida y que lo hacen diferente. El hombre, de quien no sabemos nada, aparece retratado con barba entreverá de blancos y de grises y ojos chispeantes y, junto a su cabeza, hay siete estrellas, aunque no siete estrellas verdes. Ha sido seguramente, queremos creer, un dinamizador del barrio y si así fuera, bien que se merece que su memoria, su mirada limpia y su cara sonriente, sean guardadas y conservadas.
