Un restaurante de la Avenida de Las Canteras se anuncia con un dragón. Y como si el dragón hubiese mordido a alguien, lleva el restaurante el título dolorido de Ay Carmela Nada mejor para llamar la atención. ¿Qué sensaciones tendrán los clientes al comer entre ambos insólitos ingredientes? De terror no, creemos, pues el dragón tiene cara de pícaro con esa dentadura a la que le falta -bien visible- un diente y tiene, además, los ojillos remolones... Con el título, parece que tampoco, pues ese 'Ay' es un ay que canta a la alegría y no a sinsabores propios ni ajenos. Lo prometemos: Iremos. Y cantaremos Ay, Carmela...
Lolita Pluma fue una chispa de aire fresco en el ambiente de panza de burro de nuestra Ciudad. Pudo haber ido para estrella en el firmamento de Hollywood pero encontró trono de reina en el Parque de Santa Catalina de los años gloriosos del tiempo de los hippies de verdad. Su recuerdo lo tenemos en el corazón y en una escultura que la retrata con sus gatos a su alrededor. Otros tiempos distintos han venido a reemplazar a aquellos de tertulias, jolgorio, risas y fiestas en el Parque en los que Lolita transitaba luciendo sus ropas estrafalarias de colores vivos y su cara con los colorines de la felicidad, vendiendo chicles a los turistas que se la rifaban para retratarse -como souvenir- con ella. Hoy los tiempos son distintos, más grises. Pero nos queda su esencia. Y sus gatos, sus queridos gatos, siguen vivos entre nosotros igual que ella.
Hemos podido ver en el muelle de Santa Catalina uno o dos barcos de vela que nos llevan a tiempos pasados. Están atracados y como desamparados por efecto de la Covid, aguardando tiempos mejores para izar velas y lanzarse a la mar. No sabemos nada de ellos y nos preguntamos si en otros tiempos cubrían viajes de recreo para turistas entre la capital y el sur de la isla o si sus hojas de ruta los llevarán a atravesar el Atlántico, este Océano nuestro que cantó el gran poeta Tomás Morales. Nos gustaría verlos con las velas desplegadas y, quién sabe, quizás lo consigamos como una promesa, en uno de estos días de azules tibios de la primavera que gozamos.
La calle Mayor de Triana es una caja de sorpresas o mejor aún una caja de música de ésas en las que las niñas guardan con mimo sus abalorios. Así nos lo parece a nosotros pues no pasa día en que en Triana, al pasear, no nos encontremos un nuevo detalle que nos muestra su belleza. Como nos ocurrió el otro día en que mirábamos por fortuna para el cielo. Justo en una esquina (con la calle Munguía) un balcón de hierro bellamente labrado a fuego nos mostró una piedra preciosa tallada, con escoplo y martillo, seguramente por un genio. ¡Cosa asiada, caballero! que diría nuestro genial Pepe Monagas.
