sábado, 15 de marzo de 2014

La tapia

Hubo un tiempo en el que los altos muros del Castillo de la Luz eran bañados por el mar. En aquellos tiempos -es fácil de adivinarlo- la vida era, si no más apacible, más lenta y, adivinando o recordando, podemos acompañar a los isleteros de entonces en su busca de mariscos y pulpos entre las rocas que en la bajamar adornaban con sus colores y formas al castillo. Hoy, en estos tiempos, las cosas han cambiado y un largo trecho de tierra firme en el que hay carreteras y muelles separan al castillo de su querido mar que ha quedado, para él, allá lejos... tan lejos.

Para colmo de males al Castillo de la Luz le ha crecido, al igual que a otros les crecen los enanos, una tapia. Una tapia fea de hierro negro lustroso (o cuando menos obscuro) que impide que los amigos isleteros del castillo y los demás amigos que en la isla somos veamos en su totalidad, si estamos en el parque, sus viejos muros. Nos han birlado a todos la vista de los muros y hasta la posibilidad de acercarnos a la vieja fortaleza. En esta está previsto albergar figuras de hierro del afamado y querido artista nuestro, Martín Chirino. Nosotros ignoramos que pensará el de esta tapia en la que tan solo unos resquicios (a los que hay que arrimar un ojo), entre plancha y plancha, permiten ver, en postura impropia, de arriba abajo, lo que va a ser su museo. En verdad, quisiéramos saberlo.

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