lunes, 15 de diciembre de 2014

El barco

El barco permanecía dormido junto al Castillo de la Luz. Lo veíamos sin palos ni velas, que le habían quitado. Parecía desvalido pero, sin embargo, mantenía el poderío que le había permitido surcar muchos mares, arrostrar tempestades y batir al viento en sus largas singladuras. Estaba junto a las flores y con sus vivos colores parecía una flor más. Era, sin duda, la madre de todas las flores que adornaban el parque.

Un día lo trasladaron de lugar. No por el agua, lo que le hubiera dado satisfacciones sino por tierra, sobre un camión, como si fuese un mueble fuera de uso. Ahora está, dicen, en un lugar más adecuado para que sea visto sin recato por quienes nos visitan. ¿Gustará a nuestro barco verse asediado por tantos ojos que lo desnudarán, por tantas cámaras que robarán su imagen? Tal vez, pero nosotros, por él, hubiésemos deseado que lo dejaran en donde estaba junto al jardín, al lado del Castillo, compañero suyo de los últimos años.   

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