Hemos visto en Las Ramblas dos gacelas blancas que han perdido posiblemente su color crema claro de siempre, tan precioso y suave, por falta de su comida habitual. Buscan ellas entre las baldosas algo de hierba verde y fresca que llevarse a la boca, y, al no encontrar manjar tan rico, se colocan pacientemente en la puerta de un comercio pensando que dentro podrán comprarlo. ¡Pobres gacelas, tan lindas y tan blancas! Y sin ojos. Pasan las gentes junto a ellas y no se paran ni por un momento a mirarlas. La gente, nosotros todos, hemos perdido la sensibilidad y por ello ignoramos lo que pasa por las cabecitas de las lindas gacelas y es muy probable que ni siquiera queramos saber lo que sus diminutos corazones de piedra sienten, viviendo o no, en la ciudad.
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