domingo, 9 de febrero de 2014

Una farola

Finalizaba el siglo XIX cuando la electricidad domesticada llegó a Las Palmas y con ella se ocultaron tinieblas que eran las dueñas de las noches isleñas. Podemos intuir, a lo mejor adivinar, como eran las calles de la ciudad pequeña y reconcentrada cuando caía la noche, alumbradas tan solo en algunos puntos por faroles de carburo, y podemos imaginar el interior de las viviendas con la luz de los fogones y de las velas en sus candelabros. Con la electricidad domesticada las calles y las casas se fueron encendiendo, ya en el siglo veinte con este gran invento, y es de pensar que las primeras bombillas que las iluminaron colgarían de los hilos eléctricos, tal como las veíamos hasta hace bien poco, hasta que las farolas comenzaron a llegar. Desde entonces acá, las farolas nos han acompañado. Ancladas en los muros de las casas o sobre pedestales. Un repaso que hiciéramos por las farolas de la ciudad nos daría una ilustrada historia del paso del tiempo, y nos contaría las preocupaciones y alegrías de los ciudadanos palmenses. Han sido las farolas, es fácil deducirlo, fieles testigos del crecimiento de la urbe y de los acontecimientos que han jalonado nuestra historia durante más de un siglo. Ellas han cambiado con nosotros y su arquitectura y diseño variado nos pueden contar la idiosincrasia isleña y los gustos que al paso de los años han tenido los alcaldes y concejales, representantes del pueblo. Gustos cambiantes en ellos como cambiantes han sido los nuestros.  
   

1 comentario:

  1. Me cuesta imaginar las ciudades hoy sin iluminación eléctrica.
    Un abrazo.

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