domingo, 1 de diciembre de 2013

La piedra

El securita llegó tarde al parque para comenzar su turno de vigilancia. Su pisar era firme y su paso apresurado. Seguramente se le escapó la guagua o esta vino con retraso y de ahí su impaciencia pues le esperaban. Entró en la habitación que le sirven de cuarto de guardia, y el otro securita, del turno de la mañana, salió y se encaminó hacia su coche que tenía aparcado junto a la acera. Quedé pensando sobre la necesidad de tener vigilancia en el parque. Y me puse a enumerar las cosas dignas de ser guardadas: las plantas, las flores y el césped que adornan los parterres; los bancos de piedra que están para ser jubilados; la fuente sin agua desde hace tantos meses; las farolas; la valla que rodea el parque, que pusieron hace poquitos años; los juegos de los niños y de la petanca; los nidos de los pájaros...

Nada encontraba digno de tener que guardar los securitas durante tantas horas siete días a la semana. Nada, hasta que vi la piedra. Una piedra de tantas que están en el parque y que me recordó a la piedra zanata, aquella que encontraron en la isla hermana y que tanto dio que hablar, con inscripciones aborígenes, y que resultó ser -al parecer- una suculenta tremenda patraña. Y, o una de dos -me digo- o custodian la piedra, o vigilan que no se evaporen sus puestos de trabajo, lo que no es poca cosa.



1 comentario:

  1. El año pasado estuve de visita en Moscú y vi a muchos "securitas", muchas personas que hacían trabajos aparentemente inaprovechables o insuficientemente justificados, pero, al parecer, allí hay pleno empleo: ganan poco y malviven todos, salvo la élite, como siempre..
    Un abrazo

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