La copa de un flamboyán florecido no tiene nada que envidiar a la copa del mundo mundial de fútbol. Bien es cierto que no tiene tras de ella a veintidós jóvenes atletas en calzones cortos disputándose un balón de reglamento, ni tampoco a infinidad de hinchas chillando, gesticulando, alabando, maldiciendo, cantando, contentos o tristes según les va a la selección de sus almas, borrachos o no borrachos, en miles de asientos en descomunales estadios. Nuestra copa no tiene nada de eso ni lo necesita. Nuestra copa es guapa, preciosa, juguetona con el viento y bien acicalada, y la tenemos aquí con nosotros, florecida año a año y para gozarla tan sólo tenemos que levantar un tanto así los ojos...
sábado, 14 de julio de 2018
La copa
La copa de un flamboyán florecido no tiene nada que envidiar a la copa del mundo mundial de fútbol. Bien es cierto que no tiene tras de ella a veintidós jóvenes atletas en calzones cortos disputándose un balón de reglamento, ni tampoco a infinidad de hinchas chillando, gesticulando, alabando, maldiciendo, cantando, contentos o tristes según les va a la selección de sus almas, borrachos o no borrachos, en miles de asientos en descomunales estadios. Nuestra copa no tiene nada de eso ni lo necesita. Nuestra copa es guapa, preciosa, juguetona con el viento y bien acicalada, y la tenemos aquí con nosotros, florecida año a año y para gozarla tan sólo tenemos que levantar un tanto así los ojos...
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