Tuvimos la oportunidad de gozar de un concierto especial de Los Gofiones. Éramos, los epectadores, nada más que un centenar, y, el lugar, los entresijos del Teatro Pérez Galdós. Entramos en éste por una puerta lateral, la que da hacia el mar, y nos llevaron por un pasillo en el que se abrían camerinos en los que algunos músicos ensayaban o afinaban sus instrumentos; nos llevaron a una especie de habitación grande, de alto techo, toda negra en la que nos esperaban unas sillas en las que nos acomodamos. Al poco, fueron llegando ellos, los componentes del grupo, también de negro, tocando alguna pieza de su repertorio. Luego, más y más. Canciones y más canciones entre risas y sonrisas.
A veces, nos había parecido que los componentes de Los Gofiones eran de otro planeta, pues, aunque es cierto que de ellos conocíamos sus obras, sus caras en las portadas de los discos, y sus figuras en lo alto de los escenarios, nos faltaba ese contacto más cercano, de persona a persona, que falta casi siempre entre los artistas y los aficionados que les siguen. Todo ello es lo que nos dieron en este concierto especial. Su calidez y su calidad humanas. Su amabilidad y una enorme cordialidad.
Al terminar, se abrió la 'pared' que estaba tras de nosotros. Vimos que era el telón del teatro y pudimos ver éste -desde el escenario- iluminado a tope, mostrándonos la belleza que en su interior tiene nuestro primer coliseo. Pudimos sentirnos como artistas verdaderos, en una representación en la que éramos además el público, y de la que nos llevamos un hermosísimo recuerdo.
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