Un asiento, en Triana. El asiento para el trasero, en el suelo. El respaldo en la pared. Vemos este asiento ocupado casi todos los días, en nuestros paseos por la calle Real, y nos preguntamos cómo puede un ser humano estar ahí, sentado con las piernas estiradas, horas y horas, expuesto a la conmiseración y a la buena voluntad de las gentes. Las gentes, las buenas gentes, todas las gentes, pasamos junto a él y ya ni le vemos. Quizás, hacemos un gesto de desaprobación porque podemos tropezar con sus piernas o, porque, ¡vaya usted a saber qué hace ahí sentado ese hombre! Esta situación, junto a la de otras personas pidiendo de mesa en mesa en las terrazas de Triana y de Las Canteras, nos llena de dolor y de vergüenza.
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