miércoles, 10 de abril de 2024

Unas pacas

Hace unos días, en Mesa y López pusieron unas pacas de paja como reclamo junto a un coche-bar, tan lindas que eran, que daban ganas de comerlas. Ellas, las pacas, nos llevaron a tiempos pasados tan lejanos ya que sólo lo recuerdan -lo recordamos- los viejos. Tiempos aquellos en los que podíamos ver en nuestra ciudad carromatos y carros tirados por burros o mulos o lo que fueran. Unos servían para transportar cosas y los otros, más modestos eran los que se usaban para la recogida de la basura de las casas, tiendas y demás, puerta por puerta. Eran estos carros y carromatos los precursores, tal vez, de la metroguagua que está al venir. Las pacas de paja nos los trajeron del recuerdo.  

jueves, 4 de abril de 2024

Una rosa

En el parque, habían podado los rosales en febrero. Ahora, a finales de marzo, las primeras rosas estaban haciendo su aparición y nacían bajo nuestra mirada expectante ávidos como siempre de estos brotes de belleza. Dimos vueltas y aquí un capullo y allá una rosa nos hacían presumir de estar ya en puertas de la primavera. Lo mismo nos decían las demás plantas, encantadas éstas por el rocío recibido del agua mansa caída días atrás. Benefactora agua que nos viene cuando Dios la manda.

domingo, 31 de marzo de 2024

Trampa


Era un trampantojo o era una trampa que venía a ser lo mismo. Alguien hizo trampa al hacer el muro pensando que nunca se descubriría, pero nada queda oculto para siempre así que el roto o el descosido salió a la luz y nosotros lo vimos en nuestro ir y venir por las calles de la ciudad. Nos quedamos frente a él y vimos los trabajos ocultos de los albañiles en los que despliegan sus saberes y habilidades para mantener firmes paredes y arcos que luego nosotros disfrutaremos. Al final, pudimos comprobar que no había ni trampa ni cartón, sino un buen hacer.  

martes, 26 de marzo de 2024

Muro

La casa, pues fue una casa, desde hace tiempo cuando fue derruida por un incendio, es tan sólo muro. En éste sigue estando un cartel que alguien puso, que invita al transeúnte a visitar el museo de un poeta. Una flecha y unas señas nos podían llevar hasta él si dicho museo todavía estuviera. Porque, por esas cosas incomprensibles de la ciudad en que habitamos, el museo, punto de reunión de familiares y amigos de un poeta -del poeta Domingo Rivero- cerró dejándonos en la estacada. ¿Motivos? Como siempre el dinero, suponemos. El poderoso caballero que pone y quita, que anda y desanda los pasos andados. Y si son pasos desandados de cultura, nos quedamos con la magua.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Retazo


Un retazo del carnaval quedó prendido en la valla; en la valla de la Metroguagua lo que ya es casualidad, es en donde lo vimos. Era, eso creemos, un retazo del Ángel caído, dos alas preparadas para volar y llegar al cielo. Seguramente, algún atrevido carnavalero se atrevió a hacer el viaje con ellas. sin pensar que el calor del sol derretiría la cera como derritió las alas de Ícaro. Ahí, en la valla las vimos, magulladas y sin glamour. La música, estruendosa y divertida, ya no sonaba. Las alas, tristes o melancólicas colgaban recordando glorias pasadas.

sábado, 16 de marzo de 2024

Bostezo

El hombre, en la guagua bostezaba que era un gusto. Lo teníamos de frente allá atrás. Nosotros le dábamos la espalda al conductor y estábamos cerquita de éste. El hombre -joven aún- con su bostezo parecía querer que le pudiéramos ver las caries (si las tenía), las amígdalas y la campanilla. La nuez de Adán también se le veía, pero por fuera. Todo ello formaba una estampa sugestiva que nos tuvo durante unos minutos embobados. No siempre puede uno reparar en lo que la gente hace pues un prurito nos lleva a mirar hacia otro lado cuando no a mirar con disimulo. No era el caso. Nuestro hombre ¿tendría los ojos cerrados? Estaba en su mundo; eso por descontado.  

miércoles, 6 de marzo de 2024

En la tarde

 

Llovía suavemente sobre la ciudad y a nosotros que paseábamos por la Avenida de Las Canteras nos sabía a gloria las ligeras gotas de agua que al caer nos mojaba aunque de ninguna de las maneras llegara a calarnos hasta los huesos. Quienes sí podrían sentir el frío del aagua eran los pocos surfistas que con olas suaves se entretenían entrando y saliendo del mar. Eran pocos, pero los suficientes como para deleitarnos un buen rato. Contrastaban sus tablas de colores, hoy menos brillantes que de costumbre. Asimismo la arena parecía más negra que de ordinario mojada hasta arriba, hasta las barandillas de la avenida, con una negrura de volcán; esta arena que por la zona de la Cícer es siempre menos rubia que morena.