Había caído la tarde temprano como corresponde a un día de otoño gris amenazante de lluvia, en que las nubes bajas impiden ver en Las Canteras el majestuoso espectáculo de la puesta de sol. Estábamos arriba en una terraza de la Avenida saboreando el buchito de café y viendo pasar a los escasos paseantes. Abajo, en la playa, jugaban unos chicos. Casi sin quererlo, fuimos entrando poco a poco en el juego de tenis de playa que ellos disputaban. En una red, la más cercana a nosotros, jugaban dos chicas contra dos chicos; en la otra, dos muchachos contra otros dos. Las chicas jugaban extraordinariamente bien y no había que ser muy ducho para ver que no era la primera vez que jugaban en pareja. Lo hacían con ganas, con ilusión, y aprovechando al máximo el rato de buen rollo que se traían celebrando cada 'punto' conseguido. Los chicos no lo hacían mal pero parecían más patosos. Aun no habían encendido las luces que iluminan la playa y las imágenes se nos aparecían algo desdibujadas, como en un sueño. Un sueño lleno de gratificante felicidad.
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