La casa, pues fue una casa, desde hace tiempo cuando fue derruida por un incendio, es tan sólo muro. En éste sigue estando un cartel que alguien puso, que invita al transeúnte a visitar el museo de un poeta. Una flecha y unas señas nos podían llevar hasta él si dicho museo todavía estuviera. Porque, por esas cosas incomprensibles de la ciudad en que habitamos, el museo, punto de reunión de familiares y amigos de un poeta -del poeta Domingo Rivero- cerró dejándonos en la estacada. ¿Motivos? Como siempre el dinero, suponemos. El poderoso caballero que pone y quita, que anda y desanda los pasos andados. Y si son pasos desandados de cultura, nos quedamos con la magua.
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