
La tarde se vistió de otoño y el cielo se puso el traje de organdí. Cambió la temperatura dándonos un respiro en la Capital y desde la zona alta podíamos ver el mar con su color azul de siempre. Mientras en las Cumbres el mismo canario -nuestro cielo canario- se vestía de rojo y gualda. De allá arriba nos llegaron las noticias de un incendio pavoroso y traicionero que nos llenó el alma de congoja y por más que intentábamos escribir algo agradable las letras del ordenador nos imponían unas tristes melodías. Por ello, por hoy, cierro esta entrada con tristeza.
Es tremendo lo de los incendios, la mayoría de ellos no fortuitos. En verdad es una situación en la que sólo cabe la tristeza.
ResponderEliminarUn abrazo.