El cielo encapotado -con nuestra sempiterna panza de burro- no invita a que la gente llene la playa. Tan solo los playeros verdaderos se animan y se atreven a gozar de la quietud que reina en la mañana. Las hamacas duermen sobre la arena tibia; pequeño batallón de esforzados guardianes que esperan. Sus colores, azul y blanco, contrastan con el amarillo de la bandera que ondea. Mientras, algún esforzado bañista en el agua, nada.
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