
Al atardecer, las nasas parecían ser una escultura en blanco y negro. Tras ellas la gente pasaba de un lado al otro como sin rumbo. Como figuras incorpóreas que desfilaran ante nosotros. Más allá, el sol se ocultaba para pasar a su reposo de todos los días mientras las nubes cambiaban de color. Veíamos las nasas y nos parecía ver a los pescadores que en la cercana playa salen -o al menos salían hace un tiempo- a pescar y volvían con el rico pescado que traían en sus barcas. En recuerdo de ellos, están puestas aquí las nasas y más allá un pescador, rodilla en tierra, escamando un pescado. Escenas de la vida nuestra, de siempre.
Un merecido homenaje a uno de los durísimos trabajos del hombre. La generosidad del mar y su bravura no se dejan arrancar fácilmente sus frutos preciados.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un abrazo, amigo Francisco. Que los días te sean leves.
ResponderEliminar